
El pasado día 26 de Octubre fue, sin duda, uno de los días más felices de mi vida, y aunque muchos pueden pensar que es una locura ser monja con 19 años, que es una no terminar la carrera y que debería estar triste por dejar el móvil y los amigos, yo solo puedo dar gracias a Dios por haberme traído a esta santa Casa y abrirme las puertas de Su Corazón.
Fue un día estupendo en el que me acompañaron muchos familiares y amigos. Mis tíos primos, que venían de más lejos, llegaron a medio día y disfrutamos de la comida en familia. Algunos jóvenes del grupo de Schola Cordis Iesu llegaron a Cantalapiedra por la mañana para tener un rato de oración y conocer a la Comunidad. También pudieron ver el audiovisual sobre la historia del Monasterio y sobe su fundadora, en el marco de este año jubilar.
Después de comer, tuvo lugar una Hora Santa, dirigida por D. José María Alsina, en torno al Corazón de Jesús. El sacerdote predicó a cerca de dos pasajes del Evangelio de san Juan: el Apóstol que reclinó la cabeza en el Corazón de Cristo y la entrega de la Virgen María como madre nuestra desde la cruz.
A las cinco celebramos la Santa Misa, a la que también asistieron profesores, compañeros de la universidad, amigas de la infancia, un grupito de pastoral universitaria, amigos de mis padres…. Mucha gente buena que me quiere y pudo estar en un día tan especial; además de tantos otros que se unieron de forma espiritual con sus oraciones.
Fue una ceremonia preciosa, acompañada de cantos solemnes en honor a nuestra Señora del Sagrado Corazón, patrona de nuestro noviciado y guarda de mi vocación desde el principio. Presidió el P. Alsina y concelebraron D. Jesús y D. Isidro, capellanes de la universidad San Pablo CEU, que me han ido acompañado a lo largo de este último curso…
En la homilía, el Padre explicó, el origen y sentido del Monasterio: ser un lugar de descanso para el Corazón de Jesús y lugar donde muchas almas encuentren descanso en Él. Habló también de la importancia de buscar en cada momento la Voluntad de Dios y de la promesa de Jesús a todas las religiosas de la Comunidad: “alegraos en mi Corazón, seguras de que de cuando haga en vosotras sacaré Mi Gloria y vuestra santificación”
Llegó después el momento más duro a los ojos del mundo y también el más bonito: la despedida de la familia frente a la Puerta Reglar. Después de la foto familiar y la despedida de los primos llegó el abrazo de mis padres y hermanos. Más que una despedida fue un abrazo de envío, de envío hacia el Señor que me esperaba en el claustro con los brazos abiertos. Aunque es verdad que se nota el desgarrón en el corazón, pero como dijo mi padre, esa pena es como la luz de la luna, que está ahí, pero no se ve porque es mucho mayor la luz del sol, la alegría de saber que así se cumplía la Voluntad de Dios.
Como cada noche, mis padres me dieron la bendición y me encomendaron a la Virgen para que ella guíe siempre mis pasos, Y, así con su bendición y la de los sacerdotes, crucé por primera vez la puerta Reglar con la alegría de un hijo que llega a casa después de mucho tiempo, con el gozo de aquel que andaba buscando un tesoro escondido y por fin se le abre la puerta donde se halla la fuente de toda riqueza.
Allí estaba mi nueva familia esperándome con ilusión.
El Claustro luminoso, me recibió en su seno con el abrazo de la Abadesa y de la madre maestra, que en seguida me guiaron hasta el coro. Allí fue la Consagración a la Virgen y el abrazo fraterno a cada hermana. Entonces entendí que Ella me lleva de la mano y, que por medio de la Comunidad, me guía hacía el Corazón de Su Hijo, del que Ella es Madre y Señora.
El pasado 26 de octubre, fue sin duda, uno de los días más felices de mi vida, y desde entonces el Señor me da cada mañana la certeza de que voy a vivir el más feliz de mi vida porque Él me mira con amor y me lleva en sus brazos.